Muchas veces sabemos lo que tenemos que hacer, incluso tenemos claro por qué es importante, pero algo dentro de nosotros no se activa. La tarea se queda pendiente, la vamos posponiendo sin querer realmente hacerlo, y cuando por fin nos sentamos a afrontarla, suele ser porque el tiempo se nos ha echado encima. Si vivimos con TDAH, este patrón puede formar parte de nuestro día a día.
Procrastinar no significa que no nos importe lo que tenemos que hacer. Tampoco es pereza, falta de responsabilidad o desinterés. Lo que ocurre está mucho más relacionado con cómo funciona nuestro cerebro, y con la forma en que procesamos el tiempo, la motivación y las emociones. Desde nuestra experiencia neurodivergente, necesitamos que se hable de esto con más profundidad y menos juicios.
Nos cuesta empezar, incluso cuando queremos
Una de las cosas que más nos frustran es la dificultad para iniciar tareas, aunque sepamos exactamente lo que tenemos que hacer. No es que no queramos hacerlo. Muchas veces llevamos horas, incluso días, pensando en esa tarea, dándole vueltas, sabiendo que no podemos seguir retrasándola. Pero el cuerpo no responde. No conseguimos dar el primer paso.
Ese bloqueo tiene que ver con nuestras funciones ejecutivas, un sistema que gestiona acciones como planificar, organizar, tomar decisiones, gestionar el tiempo o autorregular nuestras emociones. En el TDAH, este sistema no siempre funciona con fluidez, y eso hace que lo que para otras personas puede ser automático —empezar algo— para nosotros sea un muro invisible.
Funcionamos por interés, no solo por importancia
Otra clave para entender por qué procrastinamos está en la manera en que nuestro cerebro responde a la motivación. En lugar de activarse por la importancia de una tarea o por las consecuencias futuras, como se espera en un entorno laboral típico, nosotros solemos funcionar con un sistema nervioso basado en el interés.
Eso significa que no basta con que algo sea urgente o necesario. Necesitamos que nos estimule, que despierte curiosidad, que tenga una carga emocional o que nos conecte con algo significativo. Cuando no hay suficiente interés o novedad, la tarea se queda ahí, esperando un impulso que no llega.
Y ese impulso, a veces, aparece en forma de urgencia extrema. Cuando el plazo está a punto de vencerse, cuando ya no hay margen de error, algo en nuestro cerebro se activa. La adrenalina y el estrés generan el nivel de dopamina necesario para que podamos enfocarnos. No es lo ideal, lo sabemos. Es agotador y poco sostenible. Pero es real, y es una forma de funcionamiento que tiene sentido dentro de nuestra neurodivergencia.
El tiempo se nos escapa
Otro aspecto que nos complica mucho es nuestra relación con el tiempo. No lo percibimos de forma lineal ni constante. A menudo, el futuro se siente demasiado lejano como para importar, incluso cuando sabemos racionalmente que una fecha límite está cerca. Hasta que no lo sentimos físicamente como algo inmediato, no logramos movernos.
Esto hace que las estrategias clásicas de planificación no siempre funcionen con nosotros. Podemos hacer listas, poner recordatorios, usar calendarios… y aun así, no empezar hasta el último momento. Es frustrante, porque no es falta de intención. Es una forma distinta de experimentar el tiempo y la urgencia.
Las emociones también influyen
No es solo un tema de atención o de motivación. Las emociones tienen un peso enorme. Cuando una tarea nos genera ansiedad, miedo al error, sensación de no estar a la altura o simplemente un aburrimiento insoportable, la reacción automática de nuestro cerebro es evitarla. Y lo hace como puede: distrayéndose, desviando la atención, posponiendo.
La procrastinación, en estos casos, se convierte en una forma de protegernos del malestar emocional. Sabemos que nos perjudica a largo plazo, pero en ese momento, evitar parece la única opción. Y cuanto más se acumula la tarea, más difícil resulta enfrentarla.
No es cuestión de voluntad
Muchas veces se nos dice que tenemos que organizarnos mejor, ser más disciplinados o tener más fuerza de voluntad. Pero esa explicación no encaja con lo que vivimos desde dentro. No es que no queramos hacer las cosas. Es que nuestro cerebro no responde a los mismos estímulos, no se activa de la misma manera, no percibe el tiempo igual.
Procrastinar, en el contexto del TDAH, no es una elección. Es una expresión de cómo funcionamos cuando no hay suficiente interés, cuando el tiempo no se percibe como urgente o cuando las emociones bloquean la acción. Es parte de nuestra manera de estar en el mundo, y merece ser comprendida desde la neurodiversidad, no desde el juicio.
Diagnóstico de TDAH en adultos
¿Te identificas con lo que que estás leyendo? Si crees tener todos o parte de los síntomas de TDAH puede ser conveniente que salgas de dudas con una evaluación más exhaustiva. Un diagnóstico temprano es fundamental para prevenir consecuencias más graves que a menudo surgen de un TDAH no tratado.
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