A menudo se dice que con fuerza de voluntad se puede todo. Pero quienes viven con TDAH en la edad adulta saben que la voluntad, por sí sola, no siempre basta. No es que falte conciencia de lo importante. Es que, sin interés real, muchas veces no hay forma de arrancar. No es una excusa. Es una característica neurológica típica del TDAH.
El sistema nervioso del TDAH no responde al deber, responde al estímulo y al interés. Lo que mueve a la acción no es tanto la relevancia de la tarea como la forma en que esa tarea se percibe internamente: si despierta interés, si genera curiosidad, si representa un reto o si implica una recompensa tangible.
El peso de la importancia… y su ineficacia
En la mayoría de contextos, se espera que las personas actúen en función de la importancia: lo que es urgente, lo que tiene consecuencias, lo que no puede posponerse. Pero este principio, tan aparentemente lógico, no se traduce igual en un cerebro con TDAH. Saber que algo es importante no garantiza que se pueda actuar en consecuencia.
No se trata de desinterés real, ni de irresponsabilidad. Es una desconexión entre lo que se sabe que debe hacerse y la capacidad de iniciar la acción. Y esa brecha genera frustración, culpa y una sensación constante de no estar a la altura, incluso cuando se está haciendo el mayor esfuerzo posible.
Un sistema nervioso que necesita sentido
El TDAH no opera bajo el modelo clásico de motivación por deber. Funciona con base en la estimulación, en lo que activa el sistema de recompensa cerebral. Ahí entra en juego la dopamina, que en este caso no se libera de forma regular ante tareas rutinarias o previsibles. Se necesita algo más: urgencia, novedad, conexión emocional, presión externa o incluso cierta dosis de caos creativo.
Por eso, actividades sin recompensa inmediata —por más importantes que sean— pueden volverse casi inaccesibles. Y tareas consideradas “secundarias” para otros pueden volverse profundamente absorbentes si están alineadas con los intereses personales o despiertan pasión.
Desmotivación no es desinterés
Lo difícil no es entender esto. Lo difícil es vivirlo cada día. Porque la desmotivación en el TDAH no es una actitud. Es un estado que paraliza, que desconecta, que agota. A menudo, se convierte en un ciclo: cuanto menos se logra hacer, más se activa la autocrítica, y cuanto más severa es la crítica interna, más difícil resulta actuar.
Salir de ese bucle no depende de quererlo más fuerte. Depende de reconocer cómo se moviliza realmente la energía mental en un cerebro neurodivergente, y de construir estrategias que se adapten a ese funcionamiento.
Cómo facilitar el acceso a la motivación
No se trata de esperar a estar motivado para hacer las cosas, sino de aprender a generar condiciones que favorezcan esa activación. Algunas estrategias útiles incluyen:
- Convertir tareas en acciones concretas y muy breves, reduciendo la carga anticipatoria.
- Introducir cambios en el entorno o en la forma de abordar una actividad para reactivar el estímulo.
- Vincular acciones con recompensas, aunque sean pequeñas o simbólicas.
- Trabajar acompañado, incluso en silencio, para aprovechar la presencia de otros como ancla.
- Aceptar que no todos los días se puede lo mismo, y ajustar las exigencias con cierta flexibilidad.
Cuando se comprende que la motivación no es solo una cuestión de actitud, sino una respuesta neurológica que necesita estímulo real, cambia la manera de abordar el día a día. Lo que parece pereza se revela como desregulación. Lo que se juzgaba como falta de compromiso se entiende como falta de acceso. Y desde esa comprensión, es más fácil construir una vida que no se base en la culpa, sino en el equilibrio entre exigencia y posibilidad.
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